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Por qué hablar de la violencia contra las mujeres


La escuela es un espacio de convivencia, sostenido por los tres pilares maestros de toda institución al servicio público: la confianza de las familias, el compromiso de la administración y la profesionalidad docente. Hay motivos para que algunos crean que esta escuela promueve el conocimiento, la ciudadanía responsable y el bienestar material. Puede ser. Pero para que eso sea así, es necesario que las aulas se abran al entorno, que las ventanas por las que entra la luz del sol iluminen un escenario dinámico, comprometido con las ideas y decididamente dispuesto a plantarle cara a la injusticia, la iniquidad y la ignorancia. Se nos ocurre que ésta es la mejor manera de congraciar la rígida formación de nuestra chavalería con un legítimo anhelo de justicia, que pasa necesariamente por hacer visible lo invisible, definir los peligros que acechan a la convivencia y utilizar el potencial de unas mentes jóvenes, libres y despiertas como motores de cambio. La violencia, y en particular la violencia tolerada por la comunidad, es un enemigo que acecha a la vuelta de la esquina, que impone las leyes de la costumbre y se solaza disfrazándose de inocente proyección de sombras. En este sentido, la mujer sigue siendo objetivo habitual de este mal soterrado que se ensaña con cualquiera que presente un flanco más expuesto. La denuncia de esta situación injusta debe nacer, nutrirse y prosperar tanto en la escuela como en la familia, y es nuestro deber como responsables de las generaciones que se disponen a tomar el relevo, preparar a chicos y chicas para afrontar el riesgo y generar una corriente de opinión duradera, capaz contener, censurar y extinguir las motivaciones de los agresores que, paradójicamente, en ocasiones ni siquiera tienen conciencia de que lo son. Desde el instituto hoy nos proponemos este reto. Y mañana también. Pasado mañana quizá les toque a nuestros alumnos. Esperemos que con la lección bien aprendida.


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