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La formación técnica, para ellos y para ellas

Es una evidencia contrastable a simple vista que las chicas manifiestan menos afinidad por la formación de tipo técnico que los chicos. Son muchas causas las que confluyen en esta desproporción. Lo que resulta evidente es que se está desperdiciando talento y energía, y eso es una terrible pérdida para un sistema que reivindica el poder transformador de la ciencia y la investigación. Desde dentro, algunos jóvenes investigadores argumentan que es un engaño estimular a las jóvenes graduadas a iniciar una carrera profesional en la ciencia, o a las doctoras a viajar por el mundo para completar su formación, cuando al final no van a entrar en los mejores puestos y escasean las salidas acordes con esa formación. En ese supuesto, no se trata tanto de alentar una vocación como de ofrecer un futuro donde encuentren un trabajo satisfactorio y estable. En estos momentos alrededor del 54% de nuestros universitarios son mujeres y sin embargo, su presencia en carreras técnicas no llega al 25%. La falta de referentes en los que verse reflejado es otra de las carencias a las que se alude cuando hablamos de la falta de vocaciones femeninas. Es lo que algunos llaman el “efecto Matilda”. En medicina, por ejemplo, se ha producido el efecto contrario: siete de cada diez estudiantes son mujeres. También es verdad que los estudios técnicos han encallado en España y medio planeta cuando más se necesita a estos profesionales. En 2018 estudiaban un grado 2.600 potenciales ingenieros y 7.600 arquitectos menos que en 2015, y aunque la informática vive un repunte, resulta insuficiente para cubrir una demanda que crece de forma exponencial. Curiosamente, en España los ingenieros acceden al grado desde la secundaria con un gran expediente y, sin embargo, salen con otro, peor que en el resto de la UE. Y más tarde. Otros datos: apenas el 13% está en el curso que le corresponde y solo un 28% se gradúa en el curso que prevé su plan de estudios. Por no mencionar que el 22,7% abandona el primer año. Y es que muy pocos, por no decir ninguno de los aspirantes, tienen claro qué trabajo quieren desempeñar, incluso después de acceder a la titulación que ellos o sus padres han elegido. Los bachilleres no saben diferenciar las distintas ingenierías, y desde el instituto solo se informa de vaguedades que se pueden consultar en la red. Los planes de estudio universitarios caen como una losa sobre los estudiantes, que afrontan las materias como una especie de gimkana que han de superar en espera de tiempos mejores. Es normal pues que se den cambios y abandonos. Los estudiantes (es decir, “aquellos que estudian”) tienen que probar cosas hasta dar con lo que les gusta, hasta descubrir lo que satisfaga esas expectativas tibias con las que comenzaron su formación superior. Definitivamente los planes de estudio no están ahí para entusiasmar a nadie, y muchos son los que con el paso de los semestres se preguntan si la dedicación y el trabajo no constituyen una inmensa pérdida de tiempo. Pero aunque las percepciones superficiales puedea inclinarnos a realizar valoraciones poco contrastadas, documentos como los que periódicamente edita la OCDE sobre el panorama de la educación en España, insisten en que un nivel de formación alto está correlacionado con niveles bajos de desempleo, y por el contrario, cabe afirmar categóricamente que a menor nivel educativo mayor es la probabilidad de estar desempleado. En España la tasa de empleo de la población de 25 a 34 años de las personas con educación terciaria alcanza el 78% (ciclos formativos de grado superior y grados universitarios), mientras que para los jóvenes con un nivel educativo de segunda etapa de Educación Secundaria (ciclos formativos de grado medio/ bachillerato) es de un 69%, y la de las personas con un nivel educativo inferior solo llega al 63%. El porcentaje de empleo alcanzado especificamente por las chicas que han optado por una formación técnica es ligeramente mayor que el de los chicos, aunque esas cifras tienden a reducirse cuando se ha de tomar partido entre la carrera profesional y la conciliación familiar o de pareja.

La conclusión es que se necesitan técnicos e ingenieros, tanto mujeres como hombres, y el sistema está en condiciones de absorberlos, pero es necesario cultivar la especialización (no la dispersión) y forjar una carrera desde abajo (no comenzando “en la cima” de la aspiración profesional) con disponibilidad para establecerse en cualquier lugar y de reciclarse/actualizarse cuando las circunstancias lo demanden.

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